Temuco no es una ciudad sitiada y tampoco sus habitantes viven atemorizados esperando el próximo atentado mapuche, el tema apenas les quita el sueño. Los estudiantes, en vez de entrenarse para la lucha armada, trabajan de temporeros para pagar sus matrículas. Pero el despliegue policial y la tensión de las autoridades alimentan el mito de que en el sur manda la guerrilla. Un conflicto de baja intensidad que está lejos de acabarse.
La inteligencia policial dice que el principal centro de reclutamiento de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) está aquí, en el hogar de estudiantes mapuche Pelontuwe. No es difícil imaginarlo. La residencia universitaria está al lado de otra para estudiantes secundarios. Juntos forman un hermoso predio que ocupa una manzana completa en calle Las Encinas de Temuco. En una de las esquinas está rayado con letras negras: “Estado fascista, esto recién comienza”, y a la entrada se ve una bandera negra que ondea en la puerta. La pared tiene escritas consignas en mapudungun con letras rojas, lo único que entiendo es “marrichiwew” (“diez veces venceremos”). La cara de Matías Catrileo está estampada en el cemento bajo la cuneta con una leyenda que dice: “Tu lucha no será en vano”. Una frase archiescrita en contextos similares, pero que en este lugar suena un poco más creíble.
EL APOYO METODISTA
En 1997 los universitarios de la zona se tomaron estos terrenos, donde funcionaba un edificio del Indap en estado de semiabandono. Después de forcejeos, fricciones y detenidos, que duraron meses, finalmente el recinto se quedó como albergue para los hijos de las familias campesinas que vienen a la universidad. Pelontuwe se convirtió en el hogar más grande de la zona. En una época donde había muchos en todo el “wallmapu”, el territorio mapuche que actualmente se concibe desde el Biobío hasta Chiloé.
A partir de los años sesenta y setenta nace la Federación de Estudiantes Mapuches como espacio de poder, y “se entiende la educación superior como forma de proyectarse y ayudar a la restitución del pueblo mapuche desde esta plataforma”, dice el historiador Sergio Caniuqueo. Los hogares se cierran en la dictadura y sólo quedan los de estudiantes secundarios.La vuelta a la democracia significó que la causa mapuche empezara a hervir. Muchos hogares se formaron incluso en pequeñas viviendas donde los estudiantes viven hacinados, pero comienza a incubarse el movimiento de reivindicación como lo conocemos hoy. “Muchas organizaciones de derechos humanos apoyan la conformación de hogares”, dice Caniuqueo. Entre 1992 y 1996 en el hogar mapuche Pegun Dungun, amparado por la Iglesia Metodista de Concepción, nace la CAM. Primero empezaron con escuelas abiertas en distintas comunidades rurales, promoviendo estrategias de recuperación. La coordinadora se instala desde el principio como la organización más radical. “A nosotros nos gusta hablar con los hechos, con las acciones prácticas. Nos interesa lograr la autodeterminación del pueblo mapuche, el control territorial de las zonas en conflicto”, dice Óscar Ancatripai, vocero en reemplazo de José Huenchunao, prófugo hasta marzo del año pasado y hoy preso en la cárcel de Angol, acusado del incendio al fundo Poluco Pidenco de la Forestal Mininco, ocurrido en 2001.
BUSCANDO UNA PISTOLA
Hoy el hogar Pelontuwe se divide en cuatro pabellones de madera azul en los que viven 97 estudiantes. La dirección y administración del establecimiento la ejercen ellos mismos y gracias a recursos aportados por fondos concursables del Gobierno regional, las instalaciones están completamente renovadas. Hasta el 2000 los estudiantes vivieron hacinados, hoy las vacantes sobrepasan la demanda. Adentro, los únicos elementos visibles que podrían asociar este lugar con una escuela de cuadros son los lienzos y las pancartas alusivas a la muerte de Matías Catrileo y la causa mapuche. En el comedor recibo saludos cordiales, pero la tónica es el silencio. Algunos estudiantes terminan sus raciones de almuerzo y forman un grupo compacto frente al televisor para ver las noticias, donde muestran un video de Catrileo hablando. Luego vuelve cada uno a lo suyo. Minutos antes se han ido los que fueron detenidos durante una marcha pacífica el miércoles. En rigor, este lugar alberga activistas proindígenas, pero el barniz que lo sitúa al nivel de una escuela islámica donde se diseñan atentados se lo ha dado Carabineros.
A principios de diciembre, la policía lo allanó en busca de un arma perdida por un policía durante una manifestación a favor de los presos políticos mapuches. No encontraron nada. “Los hogares son una plataforma de discusión, pero han perdido poder, están penetrados por los intelectualoides; las acciones se arman dentro de las comunidades”, dice Óscar Ancatripai, de la CAM. La mayoría de los estudiantes que podrían participar en “acciones militares” se van a trabajar de temporeros en la zona exportadora de frutas, el modo más popular de juntar plata para las matrículas del año siguiente.
“Los hogares son sitios de preparación de profesionales que rompan el círculo de pobreza y vuelvan a las comunidades a ayudar a nuestra gente, pero mientras pasa eso tenemos que resistir a los megaproyectos y estamos todos inmersos en las reivindicaciones de nuestras comunidades”, dice Andrea Reuca, de origen lafquenche, una de las pocas etnias que ha logrado una ley a punto de promulgarse para proteger su territorio en el borde costero desde Biobío a Palena, pero que siguen en contra del ducto de Celco en la caleta de Mehuín. La Identidad Territorial Lafquenche, que los agrupa, es financiada por la Ayuda Popular Noruega (APN).
EL EMBAJADOR
Desde fuera, el movimiento mapuche se ve con el potencial explosivo de ETA, las FARC o el Ejército Zapatista. Al menos tiene un magnetismo a la altura. La prueba está en las decenas de extranjeros que llegan buscando mezclarse en la zona, como estudiantes o simpatizantes de la causa, que por lo demás tiene en Aucán Huilcamán a su embajador autodesignado.
“Yo me inserté en la alianza global de los pueblos indígenas del mundo y empecé a ser parte de la diplomacia, hace dos semanas estuve en Ginebra en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. El Alto Comisionado me invitó”, dice. Aucán, al frente del Consejo de Todas las Tierras (CTT), que según él representa a unas 300 comunidades. El CTT proviene de una escisión de Admapu, un movimiento indígena de inspiración socialista al que también perteneció el subdirector de Conadi, Daniel Neculpán.
TEMUCO SITIADO
Aunque los bandos en conflicto se apuren en negar que exista una lucha sin cuartel, todos los involucrados ayudan un poco a engordar el mito. Desde la propia CAM hasta los medios, pasando por la policía y el Gobierno.
“No hay entrenamiento militar de ninguna especie. La tradición del weichafe [guerrero] viene de la época de Lautaro y tiene que ver con caminar, reconocer el terreno, saber esconderse. Efectivamente, la tradición ha renacido en las comunidades. Es una opción de vida”, explica Óscar Ancatripai. Con este discurso, que construye versiones modernas de las hordas que defendían la Frontera en el siglo XVI, el mando policial se alimenta bastante. De otra forma cuesta explicarse dos guanacos, tres micros y dos “zorrillos” para contener una manifestación de 30 personas empeñadas en llegar a la Intendencia pacíficamente para protestar por la muerte de Matías Catrileo. Más alboroto genera la prensa, que ha llegado en masa. Apenas avanzan una cuadra y la marcha se acaba. El resto de la gente está metida en sus cosas de día miércoles a las siete de la tarde, y nadie ve alterada su rutina y tampoco presta atención. El despliegue queda como un intento infructuoso de hacer parecer a Temuco nublado y con lluvia intermitente parecido a la Belfast sitiada de fines de los setenta.
UN CAJÓN DE TOMATES
El resultado fue un contenedor de basura volcado. Pero los detenidos tardan en salir. Ya se sabe que parte de la familia del comunero asesinado está arrestada. De noche, Ximena Oñate, seremi de Gobierno, es la primera autoridad política en llegar. Camina evitando a la prensa en voz alta, tan apurada como si estuviera presionada por una banda de secuestradores. La intendenta, Nora Barrientos, y el subdirector de la Conadi, Daniel Neculpán, entran por una puerta trasera. Carabineros hace labor de inteligencia, graba a la gente apostada afuera desde el segundo piso. Minutos después una pareja de policías confisca al grupo un cajón de tomates. La escena de los efectivos corriendo a botar la fruta provoca aplausos espontáneos
El incidente ha caído en el ridículo hace rato. Cerca de la una de la madrugada el mayor Fernando Bywaters se acerca a pedir disculpas a la madre y hermana de Matías Catrileo y les dice que no salgan por la puerta principal para no toparse con los periodistas. María Quezada no obedece y habla para todos los noticiarios de medianoche.
LA PAZ EN EL DIARIO
En la Conadi me piden que no deje a Temuco como si fuera Sudáfrica, pero ellos están tan tensos como si el próximo atentado fuera a verse desde el ventanal que da al cerro Ñielol. “Es que el ambiente está muy complicado; después de la muerte de Matías hay mucha rabia”, dicen. Pero la rabia se entiende mejor en el mapa que hay en la oficina, donde se ve que sólo un 5% de la Araucanía pertenece a los mapuches. Daniel Neculpán se defiende dando a conocer los logros de la institución, que en 14 años ha entregado 90 mil hectáreas de terreno (este año fueron cinco mil) y se encarga de entregar la asignación de becas universitarias, unos 50 mil pesos mensuales por estudiante, entre otros beneficios.
“Mapuches ofrecen paz”, decía la tapa del “Diario Austral” del jueves. La noticia fue un golpe de efecto. Jorge Huenchullán, werkén de la conflictiva comunidad de Temucuicui en Ercilla, acusada de esconder a un lautarista y cercada por un numeroso contingente policial, ofreció diálogo, igual que todas las organizaciones; incluso la CAM lo ha hecho en su momento.
Según cifras extraoficiales entregadas por las distintas organizaciones, unas 600 mil personas viven en comunidades mapuches. Y de ellas, poco más de un tercio tiene participación activa en el movimiento de restitución de tierras. El resto se ha incorporado a la comunidad de Temuco.
“Los mapuches son gente buena, sana, pero hay que incorporarlos y demostrar un interés sincero por ellos, entregarles tierras con orientación para explotarlas, porque ellos no saben y es fácil hacerlos tontos y cuando se dan cuenta les da rabia y actúan”, dice un taxista vehemente, y recuerda a un viejo militante RN que en su campaña a senador repartió en distintas comunidades un caballo para comer y 30 litros de vino. El político, ya retirado, ganó la elección.
EL COMANDANTE HÉCTOR
Al final del día queda más clara una verdad menos sofisticada de la que parece envolver las noticias sobre lo que ocurre en la zona. Las acciones de fuerza no son parte de una táctica sistemática. Los nativos aplican la “recuperación productiva”; es decir, apropiarse de los territorios que ellos consideran usurpados, llevando sus animales y sembrando en ellos.
Jorge Luchsinger ha mandado construir zanjas para evitar el avance de los comuneros, y eso, más las expresiones racistas de las que lo acusan, lo han convertido en ejemplo de lo que ocurre a lo largo y ancho del mundo mapuche (Wallmapu), que se extiende, según su demarcación actual, desde el Biobío hasta Chiloé.
La realidad del aparato militar es que sus líderes están todos en la cárcel. Una de ellas, Patricia Troncoso, va a cumplir 100 días en huelga de hambre. Su poder de fuego se reduce a lo que cada comunidad determine según sea su conflicto. A pesar de que la policía identifica a Héctor Llaitul como el jefe operativo de la organización (el “comandante Héctor”, para los servicios de inteligencia), la coordinadora no tiene comité central ni líderes, sino reuniones y comunicaciones esporádicas.
La última vez que se reunió un contingente amplio fue durante el funeral de Matías Catrileo. El financiamiento es con “aportes de los simpatizantes y el tarreo , dice Óscar Ancatripai, que siembra en las tierras de su comunidad en el Alto Biobío o trabaja como obrero de la construcción cuando para en la ciudad.
La señora Fresia Huillipán no conoce a la familia del joven muerto, pero lloró de rabia cuando se enteró del crimen, porque pudo pasarle a sus hijos y corrió a la comisería cuando supo que había detenidos. “Los padres no vivimos tranquilos en el campo pensando en lo que puede pasarle a nuestros hijos, que no son como el resto de los de su edad; ellos, en el verano, no descansan, sino que salen a trabajar para pagar sus estudios. Ojalá tuvieran el tiempo de poder luchar así como dicen en la televisión”, afirma.
Cuatro de los suyos van a la universidad, a pesar de que egresaron del único liceo que hay en el pueblo. Todos viven en el hogar de calle Las Encinas, dos trabajan de temporeros y sus hijas hacen la práctica en kinesiología y contabilidad. La familia vive en tres hectáreas, espacio de sobra para un citadino condenado a un departamento de un ambiente, pero no para un mapuche acostumbrado a que toda una generación de su familia viva y muera en la tierra que les pertenece.
“Vivimos en tres hectáreas de tierra de mala calidad, donde no se da el trigo, que es lo que mejor sabemos cultivar. Quisimos criar ovejas y no se puede mucho por el espacio, y hay que pagar los préstamos. Ahora vamos a criar abejas a ver si nos va mejor. Tal vez me dirán que soy floja porque no tengo más en ese espacio. Pero no se puede; además, las forestales nos secan las tierras”.
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