José Bengoa es uno de los pocos intelectuales chilenos que le ha prestado gran atención al tema indígena en Chile y Latinoamérica. En el presente texto relata una visita a la cárcel de Angol a ver a José Huenchunao, líder mapuche condenado a 10 años. La visita la hizo un par de semanas antes de que el joven Matías Catrileo muriera en Vilcún. En su texto, Bengoa contextualiza el actual momento del conflicto y pone el acento en los temas claves. Entre ellos, haber dejado en manos de la policía un asunto que es, antes que nada, político. Gentileza del semanario The Clinic.
Hace ya unas semanas fui a la cárcel de Angol. Iba en camioneta por el camino de Santa Juana y un carabinero gordo con casco me hizo detener y me preguntó: ¿qué anda haciendo por aquí? Lo miré con cara extraña y le dije: ¿no es este un camino público? Usted, me dijo, ¿anda trabajando o de turista? Le dije, eso no tiene por qué preguntármelo, soy ciudadano chileno y ando por donde quiero. ¡¡¡Su carné de identidad!!!! me dijo con cara de malos amigos. Pero, ¿por qué?. Si voy a Angol, le dije. ¡¡Ahá!!, va a visitar a los presos. El paco gordito estaba feliz consigo mismo por haber tenido razón en su sospecha. Entonces me lanzó una fílipica: "señor, vaya y dígales que se dejen de huevear...".
Llegué a la cárcel al mediodía. Alrededor, las ramadas del pobrerio. "Olvidaderas", como dice Pavez. Venta de sánguches y bebidas de fantasia. Una cola de personas de las que uno cree que no existen en Chile. Pobres de esos que hicieron famosos a los rotosos del siglo diecinueve. Ropas pobres, gente pobre. Me recordé las cárceles norteamericanas llenas de negros. Nadie les ha dicho a los gendarmes lo que tienen que hacer, pero un cártel decía: "Visitas a los presos comunes, Lunes, Miércoles y Viernes. Visitas a los 'Comuneros Mapuches', Martes y Jueves". Era miércoles y estaba lleno de comunes. El gendarme me vio y me dijo "¿Comuneros mapuches?". "Sí", le dije. "No es día de visita", me dijo. "No sabía, perdón". "No se preocupe, pase". Ingresé a la guardia. "Hay que esperar al comandante". Me senté y esperé. Estaban en colación. Pasaban los "mocitos" limpiando, sirviendo bebidas a los gendarmes, haciendo su pega. Jóvenes que los tratan con preferencia a cambio vaya a saber de qué. En eso llegó el Comandante que era Comandanta. No me preguntó nada.
Pase por varias rejas. Los pobres comunes compartían la visita. Unos se besaban con entusiasmo, otros compartían un sánguche, en fin, una escena difícil de describir, más bien dramática... Chequeo de rigor, un timbre color azul en la muñeca. Me llevaron a una sala especial. Escuchaba los gritos de la guardia. "Huenchunao ¡¡Visita!!". Esperé un buen tiempo hasta que apareció José. Se sorprendió. Nos dimos un abrazo largo y silencioso. Flaco como siempre o un poco más. Hablamos como dos horas. Me contó de la huelga de hambre. Me preguntó por lo que pasa en otras latitudes. De repente estábamos hablando de política y me pareció impropio en esas circunstancias. Le dije que creía que su causa era justa y agregué, imbécilmente, que a veces los métodos son equivocados. No me dijo nada. ¿Qué me iba a decir en esas circunstancias? Quién soy yo, me dije, para decir tamaña estupidez en ese lugar. Hablamos de la defensa jurídica y no hay muchas esperanzas. Sobre los aliados: nadie. Sentí un frío en la espalda. Nos abrazamos nuevamente y lo vi flaco caminando hacia el interior de la cárcel.
Salí por las puertas de fierro y me senté en la camioneta. Prendí un pucho. En ese momento me vino a la mente la película de los irlandeses, "El viento que acaricia el prado", de Ken Loach. Me dije que unos pocos años más van a hacer una película y estos van a ser los héroes. Sentí la soledad. Allí pense que tarde o temprano iba a haber un muerto mapuche, un nuevo joven muerto mapuche. El tema mapuche se lo han dejado a la policía. Es evidente, como se ha visto, que se trata de un asunto político. Con los presos uno habla de política y en serio. El gobierno y el estado, la prensa, desconoce nada menos que esa tamaña verdad y los trata como delincuentes. Ni los gendarmes se equivocan tanto. Durante los meses de huelga de hambre que mantuvieron 5 presos, el gobierno se negó a hablar con ellos. Los ignoró. No salió ni una letra en los diarios chilenos. Nadie o casi nadie salió a gritar a las calles. Están solos, sin alianzas, sin aliados. Los muchachos en huelga de hambre pedían la libertad de todos los presos políticos y la desmilitarización de la Araucanía. ¿Quién podrá en este país de farándulas comprender estas demandas? No me cabe duda que hay una suerte de "militarización de la Araucanía" y por ello comencé esta carta con la historia del carabinero en el camino de Santa Juana. Pero ¿alguien entendería ello?
En las declaraciones de los presos de la cárcel de Angol, uno percibe la espiral de la soledad. No solo critican y se apartan de las otras organizaciones mapuches, sino también van en contra de los posibles mediadores. Se han erigido cada vez murallas más altas, fronteras étnicas podríamos decir. La única forma, me imagino pensarán, de romper la soledad y el silencio a que se ha sometido a los huelguistas es mediante la acción simbólica, la acción directa en el borde de la legalidad. La prensa sólo publica cuando los mapuches hacen alguna movilización. Ese debe haber sido el sentido de volver una vez más al Fundo Santa Margarita de Vilcún, una suerte de símbolo de este conflicto. Romper el silencio y vaya cómo se ha roto, a qué costo, ¡Dios mio!.
Los mapuches se han ido radicalizando. Ya no aceptan políticas paternalistas, en que la autoridad los mira como niños y con cara boba dice: "que interesante es la cultura mapuche". Por suerte. Pero la autoridad y me atrevería a decir que toda la sociedad chilena, no acepta su alegato por la diferencia y su derecho a dirigirse por sí mismos. La demanda mapuche actual no es ni mucho más que lo aprobado el 16 de septiembre de 2007 con el voto favorable de Chile en la Asamblea General de las Naciones Unidas. La Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos Indígenas reconoce el derecho a la libredeterminación y a ejercer la autonomía política. Eso acá, es visto como una idea ridícula y quienes la defienden son tratados como delincuentes. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha declarado "admisible" la demanda de los cinco mapuches en huelga de hambre contra el Estado chileno. La decisión firmada en Washington el 2 de mayo del año 2007 lleva el número 32/07 y se titula: Juan Patricio Marileo y otros versus Chile. Los huelguistas ganaron y la demanda ha sido declarada "admisible" por lo que debe ir a la Corte Interamericana. Nada de eso se dice, ni se sabe.
Los mapuches no tienen ningún camino institucional por medio del cual puedan procesar sus demandas. Lamentablemente la CONADI ha sido capturada por una burocracia que se autoreproduce y no tiene ninguna capacidad de procesar las demandas políticas indígenas. En las recientes elecciones de consejeros del organismo votó una minoría ínfima y fueron reelectos los mismos dirigentes. Las propuestas de la Comisión de Verdad y Nuevo Trato fueron ridiculizadas con el racismo soterrado que caracteriza a la sociedad chilena. Allí se proponían fórmulas institucionales para que las mínorías tuvieran representación parlamentaria y sus demandas tuviesen cabida en la democracia chilena. Hoy día esta democracia es "étnicamente excluyente".
Podríamos trazar los momentos teóricos del proceso. El primer momento es el de la colonización. La imagen colonial exige desde el poder que el indígena sea sumiso, "respetuoso" de la autoridad. Quienes se comportan de ese modo, son los "verdaderos mapuches". Se les saca fotos, se los hace bailar con sus ponchos en las ceremonias oficiales y se sonrie condescendientemente. Hay un segundo momento que es el de la "rebelión del sujeto". Se inicia ya no un proceso encubierto de crítica y resistencia sino uno de carácter abierto. En Chile es evidente el proceso de "emergencia mapuche" en que se ha producido una ruptura de esa imagen colonial y folclórica: el joven no asiente "respetuoso" y levanta la voz, reivindica sus derechos. En un tercer momento se produce el desencuentro, los espacios que abre la sociedad son solamente al mundo indígena aceptado y no al mundo indígena emergente. Se inicia una espiral de incomprensiones: "¿Quiénes son estos que antes no eran así?". Se radicalizan las posiciones. La sociedad regional se asusta, el Estado reacciona mediante la represión policial. Se judicializa el conflicto, se lo saca de su carácter político y se lo encierra en sus dimensiones delictuales. Se los acusa de terroristas. Liviana y peligrosa acusación. Tiene consecuencias. Así como me llaman me comporto, dice la teoría de los espejos.
Los indígenas, algunos, se radicalizan y del hablar fuerte se pasa a acciones fuertes. No es fácil determinar cuál es el antes y el después. La represión inicialmente contribuyó a profundizar las fronteras étnicas, a radicalizar más a algunos y a inhibir a otros sectores del movimiento indígena, a desunirlo, dispersarlo, fragmentarlo, no lo sabemos. Son procesos múltiples de acción y reacción. Mientras la autoridad y la sociedad no vuelva el tema étnico al plano de la política, no pregunte en serio ¿qué quieren estas personas? y se siente a dialogar y a debatir el asunto, seguramente no habrá solución a la cuestión mapuche. La policía tratará de mantener a raya a los jóvenes, tendrá éxitos policiales, llenará aun más las cárceles, habrá más víctimas y se escuchará el ruido ensordecedor de "defendamos el Estado de Derecho". Pero no se han dado cuenta que ese "Estado de Derecho", si no se modifica, condena al silencio a un enorme sector de la población y que para más remate, es indígena y eso no es cualquier cosa ya que hoy el tema étnico "recorre como un fantasma" el mundo, y no solo Europa como dijo un viejo alemán hace ya más de un siglo.
No cabe duda para cualquier analista de que se trata del conflicto más serio y complejo que tiene esta sociedad. No se arregla en todo caso, con dinero. Si no estuviéramos frente al hecho de que mueren personas, de que muchas víctimas pueden existir, creeríamos que todo es una locura, una invención. Es por ello que se me enreda en este momento la película de Loach sobre Irlanda con la situación de mis amigos en huelga de hambre. A comienzos del siglo veinte el colonialismo interno se transformó en insoportable en Irlanda. La presencia de tropas inglesas, histórica por lo demás, condujo a muchos jóvenes irlandeses a inmolarse. Alguien dirá que la comparación es excesiva. Yo podría afirmar que no. En todo caso, la comparación es necesaria para saber de qué estamos hablando.
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