Se profundizan y aceleran los procesos de cambio en América Latina. Provocan, como contrapartida, nuevas y violentas reacciones de los sectores oligárquicos que cuentan con la habitual ayuda del gobierno de Estados Unidos y con la colaboración de las transnacionales.
Los procesos de cambio en marcha tiene elementos comunes. Son impulsados por presidentes -Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, en Venezuela, Bolivia y Ecuador- que han llegado al gobierno con votaciones ampliamente mayoritarias. Han impulsado reformas institucionales que se basan en una nueva Constitución, discutida y aprobada por una Asamblea Constituyente y ratificada en plebiscito. Se abren a nuevas formas de democracia, que contemplan la incorporación de los sectores marginados, especialmente los pueblos indígenas, y el ejercicio efectivo de los derechos humanos mediante democracias participativas. Como asunto fundamental, impulsan medidas socioeconómicas como la recuperación de las riquezas naturales y el control de las fuentes de energía y de los servicios esenciales del país. Descartan el modelo neoliberal y diseñan un esquema económico con participación relevante del Estado, un área social de propiedad y formas de control democrático que aseguren la participación del pueblo en el gobierno y en un proyecto socialista.
Esos ejemplos producen crecientes movilizaciones en otros países. Para Estados Unidos la situación es preocupante. Comienza la rebelión de los pueblos del patio trasero. Ya no sólo Cuba desafía el poder imperial en América Latina.
Los cambios estructurales en democracia pluripartidista han generado agresivas e inescrupulosas formas de comportamiento de las fuerzas conservadoras. No descartan la conspiración golpista, los atentados y ni siquiera el crimen político. Pero aplican prioritariamente lo que en Chile se llamó “fórmula del caos” en relación al gobierno del presidente Salvador Allende. Consiste en crear una sensación de ingobernabilidad que produzca una movilización de masas combinada con violencia que empuje a la actuación de los militares, sobre los cuales pesa en forma determinante la influencia de Estados Unidos y de las ideologías de derecha. Para ello, todo vale. Huelgas, especulación y mercado negro, rumores, ocupación de edificios públicos, movilización de mujeres y estudiantes, conflictos con la Iglesia, etc. En esto son fundamentales los medios de comunicación, monopolizados por la burguesía. Todas las medidas que tome el gobierno para asegurar su propia libertad de expresión y la de los movimientos sociales y partidos populares, son presentadas como atentados contra los derechos humanos de la oposición.
Hay una manipulación que produce un efecto distorsionador que engaña incluso a sectores progresistas. Lo central es no perder de vista lo efectivamente importante. En todos los países en proceso de cambio estructural, la mayoría del pueblo puede expresar por primera vez su opinión y participar en formas de gobierno que le permiten ejercer su voluntad. De mero ritualismo electoral, la democracia se convierte en un sistema dinámico de participación y cambio. Se imponen por ejemplo los mecanismos de revocación de mandatos. ¿Cuántos países de los llamados democráticos, incluyendo Estados Unidos, tienen como instrumentos normales el plebiscito, la consulta y el referéndum revocatorio?
Es norma de la democracia el respeto a las minorías. Obviamente, también lo es que la minoría acate las decisiones mayoritarias expresadas conforme a la ley y que no se lance por el camino de la subversión y el golpe de Estado, como ocurrió en Venezuela en 2002 con la bendición de Estados Unidos y la aceptación de algunos gobiernos, entre ellos el de Chile.
Surgen peligros nuevos, como las reivindicaciones autonómicas que disfrazan a menudo anhelos separatistas. Ocurre en los departamentos de Bolivia donde se encuentran los grandes yacimientos de petróleo y gas, que deberían ponerse al servicio del país en su conjunto. La autonomía es levantada como bandera por los terratenientes y grandes empresarios, con el apoyo encubierto de las transnacionales y de la embajada de Estados Unidos. Han lanzado una embestida violenta que culminó con la toma de edificios públicos y el desconocimiento de la autoridad central. En Pando, hubo una masacre de campesinos e indígenas partidarios del gobierno, que ha podido apreciarse en imágenes sobrecogedoras de la televisión que muestran cómo se disparó a mansalva contra mujeres, hombres y niños que se lanzan a un río intentando salvar la vida.
La gravedad de la situación boliviana motivó la reunión de emergencia de Unasur, convocada por la presidenta Michelle Bachellet que está a la cabeza del nuevo organismo que agrupa a los países de América del Sur, desde Venezuela a Chile. La participación de todos los mandatarios, excepto Alan García de Perú, representado por su canciller, permitió una discusión profunda y un acuerdo de consenso para que se iniciaran negociaciones en Bolivia entre el gobierno y los opositores. Unasur respaldó al gobierno democrático del presidente Evo Morales, repudió la posibilidad de un “golpe civil” y condenó de antemano toda aventura separatista.
Estados Unidos encuentra crecientes dificultades para imponer su voluntad al mundo. La guerra en Iraq y la aventura bélica en Afganistán inquietan a sus ciudadanos, que cargan con el costo del belicismo. La crisis financiera -la mayor desde 1929- ejemplifica la bancarrota del modelo neoliberal y amenaza con extenderse a todo el mundo. Se busca una salida que descargue la crisis sobre los trabajadores. Se quiere favorecer a los grandes bancos. Para el neoliberalismo las utilidades son privadas y pertenecen a los banqueros, las pérdidas, en cambio, deben ser asumidas por el Estado, es decir, por todos. Esa receta ya fue aplicada en Chile en 1982, cuando quebró el sistema bancario.
Los gobernantes norteamericanos actúan como dueños del mundo. Bush es el ejemplo más peligroso. No debe descartarse -incluso- que antes de terminar su gobierno desencadene una nueva guerra, acaso contra Irán, tal vez contra Venezuela y Cuba, o un ataque preventivo contra Corea del Norte. La IV Flota se pasea por aguas del Caribe, amenazando a toda América Latina.
Washington resiente el aislamiento a que lo conduce su política exterior. Duda de su fuerza ante la crisis que socava sus cimientos y necesita parapetarse en América Latina. Aquí están las reservas de recursos naturales que requiere para continuar siendo la potencia hegemónica; aquí está la población que sirve de mercado para sus productos y puede proporcionarle mano de obra barata y técnicos calificados, aquí están las mayores y mejores posibilidades de inversión.
En 1960, el sociólogo norteamericano C. Wright Mills -autor de La elite del poder- escribió un libro titulado Escucha, yanqui. La revolución en Cuba. Era un inteligente y fervoroso alegato a favor de la revolución cubana, llamando a sus compatriotas a entender lo que empezaba a ocurrir en el continente. Hoy, nuevamente se impone un llamado semejante. Debemos hacerlo los latinoamericanos, desde “nuestra América”, que nos une por las raíces, la cultura y las esperanzas liberadoras. Esa América mestiza que se abre a la amistad y al entendimiento con los hombres y mujeres de Estados Unidos y también a la lucha contra los opresores de ellos y de nosotros.
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