Por: Mauricio Muñoz
En 1970 la victoria electoral de la Unidad Popular que lleva a Salvador Allende a la Presidencia de Chile significó un impulso a la política y el pensamiento de la izquierda latinoamericana y mundial. Se iniciaba así el denominado camino chileno al socialismo. Utilizando las mismas instituciones democráticas se pretendía avanzar hacia un importante proceso de reformas sociales y económicas que avanzara de manera gradual al socialismo.
Durante su gobierno se nacionaliza el cobre y la banca, entrando en profundas contradicciones con el gobierno yanqui de Richard Nixon. El establecimiento de las relaciones con Cuba y las buenas relaciones con Fidel Castro suponían un nuevo peligro para los observadores estadounidenses. Se adelantó una reforma de la legislación relativa a la propiedad, y una reforma constitucional, aumentando los resquemores de los sectores más conservadores. La continua radicalización de la extrema derecha desencadena intensas olas de incertidumbre. La nacionalización de ciertas propiedades y el proceso de reforma económica y social llevan las posiciones a radicalizarse al extremo, ya que la derecha chilena, jaleada por los Estados Unidos, no respetó la voluntad del pueblo. Ciertos grupos de la izquierda chilena llamaron a la radicalización del proceso, mientras la derecha más moderada se unió a la reacción para intentar detener de cualquier manera el proceso de cambio. Un paro en el transporte, financiado y auspiciado por los Estados Unidos, aumentó la escasez de alimentos en la capital y en varias ciudades.
El respaldo al gobierno popular se incrementó en las elecciones municipales del 4 de abril de 1971, mayoría absoluta de los votos, y en las parlamentarias del 4 de marzo de 1973, más del 43% de los sufragios. En esos momentos se impulsó una campaña desestabilizadora desde la derecha y la Democracia Cristiana.
El clima de radicalización, agitación e incertidumbre dan al traste con la esperanza chilena. El 11 de septiembre de 1973 el gobierno de la Unidad Popular es derribado por un golpe de Estado encabezado por Augusto Pinochet, iniciándose una férrea dictadura militar de 27 años. Salvador Allende ofrendó su vida tras el traidor asalto a la Moneda.
La dureza represora de la dictadura de Pinochet dejó demasiados muertos en la ruta, dejó una sociedad dividida que aún hoy tiene heridas sangrantes, una sociedad que merece una solución justa que castigue más de dos décadas de muerte, exilio y de lágrimas.
Se debe caminar hacia una democracia real en Chile que renazca de sus cenizas desprendiéndose de una tutela militar asfixiante y de una sociedad que, dividida, mira a sus fantasmas y a sus muertos, aún con miedo y con un profundo deseo de justicia. Chile debe reconstruir su democracia, pasando por la justicia social y por la cicatrización de las heridas. La reconciliación de los chilenos con su propio pasado no pasa por su negación, sino por su superación.
"Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres el momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición."
Salvador Allende.
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