Por: Felipe Pumarino
Junto a Nicaragua y el Salvador, Chile conforma el distinguido grupo de países que criminaliza el aborto en cualquier circunstancia.
Erigidos como reserva moral del fin del mundo, ni siquiera estamos autorizados a opinar de un asunto respecto al cual "no cabe discución y punto". Así nos lo informa la policía religiosa: bien sabemos que buena parte de nuestras políticas públicas son determinadas en las cómodas oficinas de los grupos presión -talibanes, ecologistas, mercachifles- y hasta ahí llega la falacia de la libre participación ciudadana.
Erigidos como reserva moral del fin del mundo, ni siquiera estamos autorizados a opinar de un asunto respecto al cual "no cabe discución y punto". Así nos lo informa la policía religiosa: bien sabemos que buena parte de nuestras políticas públicas son determinadas en las cómodas oficinas de los grupos presión -talibanes, ecologistas, mercachifles- y hasta ahí llega la falacia de la libre participación ciudadana.
En el Congo, Iran y Colombia -por mencionar alguno de los restantes 192 naciones del planeta- la ley contempla instancia en las que se tolera el aborto. Poseídos sin duda por Satán, sus gobiernos estiman que en ciertos casos quizás podría tolerarse una decisión tan brutal como la interrupción del embarazo.
Ha estas alturas pocos recuerdan que entre 1931 y 1989 en Chile estaba autorizada la práctica del aborto terapéutico previa aprobación de dos médicos; días antes de marcharse a sus cuarteles, los militares diagnosticaron que aquello violaba el código sanitario establecido en las sagradas escrituras.
En clínicas privadas y hospitales públicos hoy se cometen flagrantes delitos "contra el orden familiar y la moralidad pública" cuando, por ejemplo, se salva a una madre amenazada de muerte por un embarazo tubario que no tendrá posibilidad alguna de llegar a buen término. De eso se trata el aborto terapéutico y de eso no podemos hablar. Nuestra legislación -decidida en un arrebato de moralidad por un par de piadosos señores de uniforme- obliga a madres y doctores a mentir, en el peor de los casos termina con un adolescente faenada por un carnicero en un caracol del centro.
No es grato discutir sobre el asunto, pero estudios serios demuestran que en Chile más de un tercio de los embarazos terminan en abortos clandestinos. En reuniones sociales, algún parludo te pregunta si estas a favor o en contra del aborto: por supuesto que no estoy "a favor" y dudo que la gran mayoria que hayan afrontado ese terrible trance lo estén. El aborto es triste, feo, cruel y tal vez inmoral, pero seguirá existiendo por multitud de causas aunque los guardias de la fe y la abstinencia sexual insistan en hacerse los lesos.
Por eso -en pleno año de crisis y campaña electoral- se le agradece al senador Frei que al menos proponga el debate acerca de temas médicos que no pueden ni deben ser vetados. En la desesperada caza de votos, un asesor astuto descubrió que hay una agenda valórica importante aún no resuelta y para la cual sus rivales sólo son capaces de responder con la Biblia en la mano. De pasada, ha obligado a que curitas anclados en el medioevo manifiesten a viva voz el más profundo desprecio hacia el prójimo y el sus propios feligreses. Como ciudadano, me repugna que una asamblea de fanáticos dictamine las políticas sanitarias de mi país. Cuando lleguen las elecciones recordaré eso.
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