La visita de la Presidenta Bachelet es la culminación de ese camino de diálogo en la diversidad, en el que todos los temas se abordan en un plano de respeto.
Sorprende el grado extremo de aislamiento que acostumbra demostrar la derecha chilena en materia de política internacional. Sus posiciones suelen reflejar los valores más retrógrados que se manifiestan en la política mundial.
Esta visión pétrea se ha reflejado una vez más respecto de la política exterior chilena frente a Cuba, a propósito de la visita de la Jefa de Estado a ese país la semana pasada. A pesar de los frecuentes viajes a la isla de sus más preclaros líderes, como el senador Andrés Allamand y el ex candidato presidencial Joaquín Lavín, la Alianza rechazó desde un principio la gira a tierras antillanas, argumentando que allí se violaban los derechos humanos: una preocupación algo cínica si se tiene en cuenta que ellos apoyaron entusiastamente una dictadura que tuvo prácticas represivas extremas y sistemáticas durante 17 años.
Es evidente que los vínculos que el país tiene con Cuba son históricos, tanto por la participación que chilenos tuvieron en la independencia de ese país, como por el apoyo que muchos compatriotas dieron a la revolución de 1959, cuando el Movimiento 26 de Julio derrocó a la dictadura de Fulgencio Batista.
La simpatía que despertó la Revolución Cubana en los partidos de la izquierda latinoamericana es evidente. Y si bien hubo intentos de copiar de manera mecánica esa experiencia, en muchos otros casos se marcaron claramente las diferencias de objetivos y vías.
Han pasado 50 años y el régimen cubano sigue allí, a pesar del bloqueo de Estados Unidos, de la desaparición del campo socialista y de los múltiples esfuerzos de intervención política y militar en los asuntos de la isla.
Los intentos de producir algún cambio político por la vía del aislamiento de Cuba han mostrado su total fracaso. Por el contrario, lo que muestra la situación regional de América Latina es que la influencia del régimen cubano se ha ido extendiendo, hasta constituir hoy -como nunca en la historia del último medio siglo- un bloque de países que buscan un camino singular de integración agrupados en la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA). Sería imposible pensar en una opción de integración latinoamericana que no considerara a estos países.
Chile ha seguido su propio camino de regionalismo abierto y participa de instancias más amplias en que por cierto están los países del ALBA, Cuba incluida. La política exterior de los gobiernos de la Concertación ha tenido como prioridad la integración latinoamericana, bajo principios de democracia y apertura de mercados.
Las relaciones con La Habana no han sido una excepción. Reconociendo las distintas realidades de los países, se ha venido dando un largo camino de diálogo político, aceptando nuestras distintas opciones de desarrollo. La visita de la Presidenta Bachelet es la culminación de ese camino de diálogo en la diversidad, en el que todos los temas se abordan en un plano de respeto. Es en ese contexto, tanto una reunión con la disidencia cubana como las referencias públicas a temas bilaterales que Chile mantiene con otras naciones de la región resultan acciones poco oportunas.
Más importante era poder manifestar directamente las inquietudes de Chile en materias de derechos humanos y de libertades políticas a las propias autoridades cubanas, como parte de una agenda amplia que por cierto implicará en los próximos años un tránsito cada vez más fluido de personas y de bienes y servicios entre las dos naciones. Los actos propagandísticos de sectores interesados en transformar la visita de Bachelet a Cuba en un instrumento de política interna irán quedando en el olvido.
Sorprende el grado extremo de aislamiento que acostumbra demostrar la derecha chilena en materia de política internacional. Sus posiciones suelen reflejar los valores más retrógrados que se manifiestan en la política mundial.
Esta visión pétrea se ha reflejado una vez más respecto de la política exterior chilena frente a Cuba, a propósito de la visita de la Jefa de Estado a ese país la semana pasada. A pesar de los frecuentes viajes a la isla de sus más preclaros líderes, como el senador Andrés Allamand y el ex candidato presidencial Joaquín Lavín, la Alianza rechazó desde un principio la gira a tierras antillanas, argumentando que allí se violaban los derechos humanos: una preocupación algo cínica si se tiene en cuenta que ellos apoyaron entusiastamente una dictadura que tuvo prácticas represivas extremas y sistemáticas durante 17 años.
Es evidente que los vínculos que el país tiene con Cuba son históricos, tanto por la participación que chilenos tuvieron en la independencia de ese país, como por el apoyo que muchos compatriotas dieron a la revolución de 1959, cuando el Movimiento 26 de Julio derrocó a la dictadura de Fulgencio Batista.
La simpatía que despertó la Revolución Cubana en los partidos de la izquierda latinoamericana es evidente. Y si bien hubo intentos de copiar de manera mecánica esa experiencia, en muchos otros casos se marcaron claramente las diferencias de objetivos y vías.
Han pasado 50 años y el régimen cubano sigue allí, a pesar del bloqueo de Estados Unidos, de la desaparición del campo socialista y de los múltiples esfuerzos de intervención política y militar en los asuntos de la isla.
Los intentos de producir algún cambio político por la vía del aislamiento de Cuba han mostrado su total fracaso. Por el contrario, lo que muestra la situación regional de América Latina es que la influencia del régimen cubano se ha ido extendiendo, hasta constituir hoy -como nunca en la historia del último medio siglo- un bloque de países que buscan un camino singular de integración agrupados en la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA). Sería imposible pensar en una opción de integración latinoamericana que no considerara a estos países.
Chile ha seguido su propio camino de regionalismo abierto y participa de instancias más amplias en que por cierto están los países del ALBA, Cuba incluida. La política exterior de los gobiernos de la Concertación ha tenido como prioridad la integración latinoamericana, bajo principios de democracia y apertura de mercados.
Las relaciones con La Habana no han sido una excepción. Reconociendo las distintas realidades de los países, se ha venido dando un largo camino de diálogo político, aceptando nuestras distintas opciones de desarrollo. La visita de la Presidenta Bachelet es la culminación de ese camino de diálogo en la diversidad, en el que todos los temas se abordan en un plano de respeto. Es en ese contexto, tanto una reunión con la disidencia cubana como las referencias públicas a temas bilaterales que Chile mantiene con otras naciones de la región resultan acciones poco oportunas.
Más importante era poder manifestar directamente las inquietudes de Chile en materias de derechos humanos y de libertades políticas a las propias autoridades cubanas, como parte de una agenda amplia que por cierto implicará en los próximos años un tránsito cada vez más fluido de personas y de bienes y servicios entre las dos naciones. Los actos propagandísticos de sectores interesados en transformar la visita de Bachelet a Cuba en un instrumento de política interna irán quedando en el olvido.
Publicado originalmente en www.lanacion.cl
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